jueves, 31 de enero de 2008

parábolas

Era en las noches de verano cuando más me gustaba. Apartados de la casa, entre parras, chopos y hormigueros, mi padre cogía un viejo libro y nos recitaba poesía.
Recuerdo las imágenes que aquellos versos creaban en mí, en especial este poema, era mi preferido. Me imaginaba de mayor, quizás con la edad que tengo ahora, despertándome de un sueño y como al niño del poema, todo se escapa cuando intentaba retenerlo.

De niño nunca supe quien era el autor de aquella poesía que tanto me gustaba y un día, después de muchos años, aquella poesía me buscó y yo la encontré.

Antonio Machado

Parábolas

I

Era un niño que soñaba
un caballo de cartón.
Abrió los ojos el niño
y el caballito no vio.
Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía...
¡Ahora no te escaparás!
Apenas lo hubo cogido,
el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!
Quedóse el niño muy serio
pensando que no es verdad
un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.
Pero el niño se hizo mozo
y el mozo tuvo un amor,
y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no?
Cuando el mozo se hizo viejo
pensaba: Todo es soñar,
el caballito soñado
y el caballo de verdad.
Y cuando vino la muerte,
el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño?
¡Quién sabe si despertó!

viernes, 4 de enero de 2008

31 diciembre

Nos propusimos pasar un día diferente a lo que veníamos haciendo en los años anteriores, huir de las macrofiestas, barralibre, cotillón y churros. Decidimos pasar un día en la sierra, y pedir los deseos para el año nuevo comiendo en un buen restaurante, para más tarde visitar el monasterio cartujano de El Paular.

Aunque contiguo a un animado hotel, el monasterio parecía desolado. Atravesamos una pequeña puerta de madera, que a su vez pertenecía a una de proporciones aún mayores, y casi sin darnos tiempo a dar un paso, desde una diminuta ventana, un señor nos preguntó qué deseábamos. El pequeño cuarto desde el que nos hablaba, estaba iluminado con una lámpara incandescente de no más de 40 vatios. Mientras nos explicaba con detalle los horarios de visita, yo me distraje mirando sus gafas de pasta marrón, me preguntaba si aquellas gafas de grueso cristal eran el producto de la mala iluminación de aquel cuarto. Cuando terminamos de hablar con el señor, tenía la esperanza de que mi acompañante se hubiese enterado de algo. Nos incluimos en la última visita programada, que coincidía con el último rayo de sol, de aquel último día del año.

Un monje ataviado con su inquietante hábito se nos presentó. Con gran solemnidad, nos fue mostrando las dependencias indicando en cada una de ellas, la vida diaria de los monjes y sus curiosidades. Una vez mostrado el interior, el monje nos invitó a salir advirtiendo el frío que hacía en el exterior, al mismo tiempo que con la capucha se cubría su cabeza.

Con detenimiento nos explicó cada una de las particiones en las que se dividía el jardín, que a su vez era un huerto utilizado para el aprovisionamiento del monasterio. Ni tan siquiera la luna llena era capaz de iluminar completamente su rostro, y sólo se podía ver el blanco de sus ojos en la oscura cavidad de su capucha y el vaho saliendo de su boca dejando muestra del frío que hacía en aquella incipiente noche. Por un momento deshizo su postura de manos entrelazadas bajo las mangas de su hábito a la altura del estómago, para indicarnos el lugar que ocupaba el cementerio en el jardín, y añadió en su narración el sitio concreto donde esa misma mañana habían enterrado a un hermano. Me pregunté si aquel detalle era necesario, o sólo pretendía añadir más misterio al momento. Una vez terminada la visita, el monje nos felicitó el año que estaba a punto de entrar y nos agradeció el interés.

24 diciembre

Como una cortina blanca, en la noche, que era fría, nos separaba.
Apenas dio un paso y un frágil movimiento pidiendo permiso para acercarse.
Antes, en el coche frente a nosotros, otra negativa.
Ni siquiera se acercó, no pretendía molestar, sólo ofrecer lo único que podía ofrecer.
Todo lo llevaba en una pequeña bolsa pegada al pecho y unos pañuelos que sostenía con su mano derecha.
Como una cortina blanca, en la noche, que era fría, todo nos separaba.
Tras la ventanilla del coche, pudimos verle, intentaba calentarse las manos con su propio vaho.
Llamamos su atención, se acercó a nosotros, ofreció todo lo que podía ofrecer y nos felicito la nochebuena.

viajar

He querido imaginar el significado de la palabra viajar a través de los ojos de mi abuelo, después de haber oído sus vivencias fuera del pueblo, quería ponerme en su piel ahora que tiene casi 100 años y una vida marcada por la guerra.
Nacido en Cuenca, la marcha de las tropas lo llevaron hasta Teruel.
A menudo imaginamos o intentamos recordar cómo eran las cosas a través de los ojos de un niño, pero pocas veces nos ponemos del lado de nuestros mayores, mi relato y mi tiempo va por ellos.

RELATO BREVE PARA UNA LARGA VIDA, EL VIAJE SEGÚN ÉL

a mi abuelo

Para mí hacer las maletas solo significaba despedirme de mis amigos, mi familia y mi pueblo. El único equipaje era la duda, porque las lágrimas ya las dejé por el camino. Para mí viajar era pasar hambre y frío, miedo y barro.
Teruel existía. Lo querían republicanos y fascistas, así que entre esta disputa era difícil ser turista.
Ahora desde esta habitación, mis ojos ya no son los mismos, mi cuerpo tampoco. Ahora el viaje será otro, y a diferencia de aquel otro viaje, ahora ya no cabe la duda en mi equipaje.