lunes, 11 de agosto de 2008

Miradas


Estoy pasando la noche en el vagón cafetería de un tren, pero la cafetería ya ha cerrado,
y sólo quedamos el residuo inconformista de los que no aceptan el asiento asignado, y buscamos aquí nuestro sitio más intimo, en el lugar más común de todo el tren, no deja de tener su gracia.
El viaje es largo (me encanta) pasaré más de once horas en este sitio.
A veces se detiene en mitad de la noche, en un paraje en el que ni siquiera hay luces a lo lejos, me encanta.
El aire me llega en ráfagas y entre los viajeros intercambiamos miradas, que en algún caso son frecuentes. Somos pocos, es normal.

Contra mis oídos aprieto fuerte los auriculares y subo el volumen, quiero sentir la música de la manera más intensa posible, sin interferencias. No quiero que se escape ni un acorde , ni una nota.
Y me alejo cada vez más de las voces para fundirme en el ambiente, soy un espectador.
Algunos intentan dormir, otros juegan a las cartas, ahora mudos a mis oídos, otros buscan la oscuridad a través de la ventana y se ven reflejados en ella.
El sonido de las vías es constante y yo estoy entregado.
Suena una canción triste, el tipo de canción que suena cuando las cosas no suceden tal y como esperábamos o simplemente cuando no tenemos el valor de hacerlas y nos sentimos hundidos en un ridículo personal. Es la declaración de una derrota, un aviso de retirada.

Me gusta cuando se pone sus gafas. Ahora también intenta dormir, abre los ojos, mira y sonríe. Volvemos a ser náufragos que se agarran a una mirada, buscamos esa palabra que nos lleve lejos, desde un rincón del vagón de cola.

Yo escribo cada vez más deprisa, no quiero que se resbale este momento.
Faltan cinco horas para llegar, poco a poco se van marchando. Sólo quedamos un grupo de amigos que no conozco y yo.
Ahora suena más fuerte, esta noche no quiero escuchar otra canción.
Cuando amanezca, abandonaremos esta isla habitada por almas viajeras que se buscan en la noche y volverá a sonar otra vez esta canción.